Continuando con el ciclo de muñecas malditas, si recientemente hablábamos de Katrin Reedick y su gusto por coleccionar muñecas embrujadas, Okiku sería la joya de su colección.
Hablar de Okiku supone hablar de la historia de una muñeca que tiene todos los ingredientes necesarios para estar presente de manera ineludible en un lugar como este. Mezcla tragedias, amor, desengaños y mucho de leyenda urbana, todo hay que decirlo.
La historia de Okiku se remonta a 1932, cuando comienza la triste historia de Kikuko, una pequeña niña gravemente enferma, a quien los médicos han dado por desahuciada. La joven Kikuko se pasa casi todo el día en su habitación, sin ganas de salir ni compartir su tiempo con más niños, amén de las fiebres y la desesperación que la abocan a una depresión y tristeza profunda.
Viendo como sufría, su hermano decide comprarle una muñeca, la más bonita que encontró. Se trataba de una muñeca vestida con el traje tradicional nipón que terminaría encantando a la pequeña Kikuko, quien decidió llamarla Okiku y no volver a separarse de ella nunca más.
A principio de 1933 Kikuko muere y es incinerada. Sus padres decidieron guardar sus cenizas en una urna de cristal y dejarlas en casa, justo en una repisa del salón, junto a su querida muñeca Okiku, para así no separarse de ella, como le había prometido en vida.
Como bien sabemos, los expertos como Katrin Reedick, afirman que las muñecas son recipientes idóneos para que, cada cierto tiempo, alberguen el alma de personas ya fallecidas que tras su muerte, aun permanecen entre nosotros. Pues si bien es así, lo cierto es que unos meses después del fallecimiento de la pequeña Kikuko, el pelo de la muñeca comenzó a crecer sin control.
Lejos de asustarse, los padres de la pequeña Kikuko entendieron que el alma de la pequeña se había instalado en la muñeca Okiku, cuyo cabello no dejaba de crecer.
El probleme les llegó con el estallido de la Segunda Gran Guerra, que les obligó a huir de su casa y dejar a la pequeña Okuki-Kikuko en un lugar seguro, así que la llevaron al Templo Mannenji de Japón, un lugar sagrado donde el alma de su hija estaría protegida. Desde ese momento la muñeca Okiku, en cuyo interior se halla el alma de la pequeña Kikuko, ha ido de templo en templo por todo Japón, hasta llegar al la localidad de Hokkaido, donde se encuentra actualmente y se puede visitar.
Miles son las personas que cada año acuden a visitar el templo para ver la muñeca Okiku, para poder contemplar en persona la muñeca cuyo pelo no ha dejado de crecer desde que Kikuko murió. También afirman quienes la han visto en persona, que es posible llegar a preciar cierta humedad en los ojos de la muñeca.
Sea como fuere, el caso es que si ya de por sí es curiosa la historia, a quienes nos gusta profundizar un poco más allá de los asuntos, vemos que si el hecho de los detalles contados no fuera lo suficientemente llamativo, aun lo es más que la pequeña Kikuko llamase a la muñeca Okiku, nombre del personaje de un cuento de fantasmas japonés.
En concreto en el cuento se cuenta la historia de una joven criada que un día rompe el plato de una vajilla de su señor. Atemorizada por las posibles represalias, decide esconderlo y no decir nada, pero los remordimientos y su conciencia hacen que se lo cuente a la mujer de su señor.
Ésta, llena de ira por ese plato de porcelana destrozado, castiga a Okiku golpeándola y cortándole un dedo cada día. La muchacha, desesperada, decide tirarse a un pozo, donde fallece. Ahí donde queda su fantasma, su espíritu henchido de rabia y lamento que emerge cada noche para cantar las siguientes palabras: “Un plato, dos platos, tres platos, cuatro platos…”, para después estallar en lágrimas.